8:20h. ¡Arriba!
No somos especialmente madrugadores, pero nos alegra sacarle partido a la espléndida mañana. Además, las niñas son dormilonas pero están excitadas por la novedad y no aguantan en la cama. La mamá –por fin este año la convencimos para que se viniera- es la que antes se levanta. Ya nos dijo anoche que hoy nos encontraríamos “por bajo”.
9:00h. Desayuno.
¡Qué placer! ambiente relajado en la zona del bufé. El café con leche caliente y cargado. La bollería está tentadora pero hoy sucumbimos a otro capricho: el pan con mantequilla. Y un poco de revuelto, salmón y fruta. La mamá se deja mimar por sus nietas, que la obsequian con un huevo duro, coca de llanda, y zumo de naranja natural. “Ya no me traigáis más, que la abuela no come tanto”. Le cae la baba, claro.
10:00. Piraguas.
Queríamos probar las piraguas y con el mar en calma, sacamos dos con la ayuda de Gervasio Carril, socorrista del hotel. Desde luego, no nos hemos alejado como para oír cosas como “¿Aquí hay tiburones?” y el tono peliculero llega a su clímax cuando balanceamos la embarcación y les entra la risa nerviosa. Con grandes aspavientos, caen al agua.
11:30h. Playa.
Tumbona, sombrilla y relax. Buscar pechinas –les gustan todas: las devolveremos con discreción el último día- y observar: el trajín de cada familia, las parejas, los acentos extranjeros que convierten la playa en una Torre de Babel contemporánea. Tentempié para almorzar y una botella de agua fresca por cabeza que nos traemos del chiringuito.
13:00h. “El Montgó”
Remoloneamos por esta habitación espaciosa que guarda su encanto intacto incluso ahora, con bañadores y toallas por encima de las camas, las maletas abiertas y sus juegos repartidos con precisión matemática. Cada dos palmos, uno. “¿Queréis volver…?” Caras de espanto y “¡Ya lo recogemos!” Llaman a la puerta. “Abueeela ¡Ven, mira!”
14:30h. La pérgola.
El aperitivo desaparece en pocos minutos (el mar da mucha hambre). Nos dejamos aconsejar y sí, probaremos un asado. Espectacular. El binomio de carne y cocinero argentino es muy poderoso. Hablamos sobre los planes de la tarde. La mamá ríe a carcajadas: “No me lo pierdo. Yo os haré fotos”. Las niñas corren a por helados y juegan con una amiga que hicieron ayer en la gymkana. Cuando ven nuestro sorbete de mandarina y naranja… lo tienen que probar.
15:55h. ¡Sorpresa!
Tras arduas negociaciones la mamá aceptó el regalo: dos horas en el gabinete de belleza. Puede hablarlo con Esther Ivars si prefiere modificar el tratamiento. Nosotros nos vamos a la habitación, a leer, siest.. ¡Ah, no! Que si bajamos a la sala de estar a jugar al parchís. Resignación, y complicidad. Antes sucumbirán esta noche a los brazos de Morfeo.
19:00h. Un poco oxidados
Por poco llegamos tarde a la clase de tenis con Loren Álvarez. La tarde ha volado. La fotógrafa aparece radiante y feliz. “¡Qué manos tiene. Lo tenía que haber hecho antes! Bueno, va, vosotros a correr, que sois jóvenes”. ¿Hacia dónde mira?
20:30h. Más mar
Era uno de los placeres que quedaba pendiente estas vacaciones. Bañarse bien entrada la tarde. Y viene fenomenal después del (¿Cómo llamarlo?) peloteo al que hemos sobrevivido con dignidad porque un santo con vocación de tenista nos animó hasta el último aliento. Y en las tardes de invierno, siempre podremos ver las fotos. Mejor que una comedia de la tele, seguro. Las niñas se regodean recordando los momentos “top”. Están creciditas.
22:00h. Felices
Cena en la terraza. La coca de dacsa con rape es una delicia. La brisa y el rumor del mar son adictivos. No nos iríamos nunca. Languidece la conversación y la mamá se sube a las niñas a la habitación. “Están agotadas y yo también. Si me encontráis durmiendo…” Pues no, apenas se han acostado cuando llegamos. Besos de buenas noches. “Nos vemos para el desayuno.” Si supiera lo que hemos planeado para mañana…
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