Me desperté con el frescor de la mañana. Una brisa continuada jugaba a cosquillear mis pies desnudos que colgaban de la cama. Despúes mi oído decidió volver a este mundo, captando el rugido temporizado de las olas. Estiré todo el cuerpo y lo moví para encontrar el espacio de sábana más frío. Eran las nueve y si tengo que ser sincero no recuerdo ni los días que me faltaban por disfrutar de las vacaciones.
Entré en el baño y me miré al espejo. Quizás María tenía razón. La barba de varios días no me quedaba del todo mal. Entonces me duché con agua fría y abundante jabón. Me puse las náuticas, las bermudas y aquella camiseta que me regalaste en el concierto de U2 en Barcelona. El nombre del disco «Zooeuropa» me caía en el centro del pecho. Efectué una nueva mirada en el espejo para ratificar la felicidad del descanso en mi rostro.
Por azar recogí el teléfono antes de salir de la habitación y ocurrió lo inesperado. Un mensaje de Maria. «Estoy en el hotel, ¿desayunamos juntos?».
Tragué saliva y me invadió la alegría. Recuerdo que casi me caí por las escaleras.
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